jueves, 5 de febrero de 2009

Articulos

Encontré una serie de artículos que éstan relacionados con temas de espiritualidad, potencialidad mental, esencia espiritual, etc. De los cuales quiero compartir.
Aprender a Pensar Damos por supuesto que el hombre es un animal pensante. Pero existe un mundo de diferencia entre lo que puede ser llamado pensamiento natural y aquel deliberadamente desarrollado y entrenado. El hombre es también por naturaleza un animal usador de herramientas. Pero sabemos la diferencia que hay entre la capacidad de uso de herramientas entre los fueguinos y la de un ingeniero civil adiestrado; y conocemos la diferencia entre esa capacidad del ingeniero y la de un funcionario inexperto. Esto es con seguridad un asunto de posibilidades innatas. Ningún sistema de educación técnica aplicada a un fueguino podría hacer de él un Edison. La herencia racial fija límites, los cuales, si bien puede ser que nunca se alcancen, de ninguna manera pueden ser sobrepasados.Por otra parte, dada una misma herencia racial, el desarrollo de las posibilidades connaturales depende del empleo que cada cual dé a sus recursos. Un empleado puede convertirse en un ingeniero de primer orden; sus dotes hereditarias pueden permitirlo perfectamente. Pero en la ausencia de un desarrollo y entrenamiento adecuados, su capacidad potencial nunca se hará realidad. Lo mismo es con el pensamiento. La humanidad varia racialmente en un muy alto rango. Pero, aun en la misma raza, individuos con las mismas posibilidades hereditarias realizan sus capacidades en grados muy distintos. Y la diferencia, en su caso, depende del entrenamiento.Hay dos tipos de entrenamiento que tienen el efecto de desarrollar y realizar una determinada capacidad hereditaria para pensar: el adiestramiento accidental y aquel debido a un proyecto deliberado. Supongamos, por ejemplo, que dos muchachos con la misma capacidad pensante potencial son colocados, el uno como ascensorista y el otro como aprendiz de ingeniero. Es obvio que este último tendrá que desarrollar más su capacidad pensante que el primero, por la sola condición de tener que adaptarse a su trabajo. Potencialmente son iguales, comienzan nivelados. Pero debido al hecho de que las circunstancias apremian a uno de ellos, pero no al otro, a desarrollar su potencialidad y realizarla, él parece ser, y es, un mejor pensador, es decir, más humano.Podemos llevar esta idea aún más lejos. La gran mayoría de la gente tiene grandes potencialidades de pensamiento, mucho más allá de lo que comúnmente se sospecha: pero muy rara vez se dan las circunstancias a su alrededor de tal manera que necesiten actualizarse, así la gran mayoría muere sin darse cuenta de más que una fracción de sus poderes innatos. Los que han nacido para ser millonarios viven y mueren en la pobreza por la carencia de circunstancias que los habrían compelido a convertir su pasivo en activo.Pero es sólo a un nivel pequeño que podemos controlar las circunstancias. Por una parte, la mayoría de aquellas que nos influyen fueron determinadas antes de que fuéramos lo suficientemente mayores como para haber tenido derecho siquiera a participar. Por otra parte, dichas circunstancias dependen en alto grado de aquello que llamamos suerte u oportunidad. Y aun cuando nos parece tener una decisión en nuestras propias manos, nuestra elección es en gran medida limitada y predestinada por nuestras circunstancias casuales pasadas. Teóricamente podemos ponernos en cualquiera de muchas situaciones diferentes en el día de mañana, que nos presionen a pensar. Pero sólo en una de mil veces «elegiremos» las futuras situaciones por su valor para nosotros como oportunidad para desarrollar pensamientos, en vez de hacerlo sólo de acuerdo a nuestros hábitos ya formados. De hecho, las circunstancias nos elegirán a nosotros. Así, si el desarrollo de nuestro poder de pensamiento es dejado a su merced, las oportunidades para un enriquecimiento que sobrepase lo «natural», es decir, lo fácil. son remotas. No pensaremos más de que es necesario pensar y nuestro nivel de desarrollo dependerá del puro y simple azar.El entrenamiento no «natural», y que no depende de las circunstancias, puede ser considerado y deseado deliberadamente; y, al contrario del primer tipo de entrenamiento, requiere del empleo de ciertos ejercicios determinados. Un herrero no necesita ejercicios gimnásticos para desarrollar los músculos de sus brazos; ellos se fortalecen naturalmente durante el curso de su trabajo. Pero un escribiente que desee ser un atleta debe practicar ejercicios físicos deliberadamente con ese fin. De igual forma, para un hombre cuyo trabajo no requiere esfuerzo mental, o para uno cuya ocupación eventual no le exige suficiente esfuerzo o un esfuerzo lo suficientemente variado para satisfacer su percepción de capacidad innata, los ejercicios especiales y el entrenamiento en pensar son indispensables. Posiblemente él no llegue a parte alguna sin ellos. A menos que realice ejercicios especiales, está condenado a sólo permanecer tan desarrollado como las circunstancias lo demanden, Su poder de pensamiento es creado por circunstancias casuales.Hay muchos colegios cuyos profesores enseñan ejercicios diseñados para desarrollar el poder del pensamiento. Algunos son buenos; otros, malos; y es difícil distinguir entre ellos sin una prolongada observación que involucra la pérdida de mucho y valioso tiempo. ¿Existe alguna forma simple pero efectiva, que cualquiera pueda emplear sin profesor, sin clases, con la sola resolución de conseguir algo?Dado el deseo de desarrollar el propio poder de pensamiento y así pensar como un hombre y no como una máquina, ¿existe alguna forma de fácil alcance que cualquiera de nosotros pueda empezar a practicar? Sin ir a un gimnasio el empleado puede desarrollarse físicamente, al menos lo suficiente para brindarse mucha satisfacción. ¿Puede uno desarrollarse mentalmente de similar forma y bajo similares condiciones? La respuesta es sí.Sáquese el reloj y observe el recorrido del segundero. Realiza su circuito en sesenta segundos. Observe el puntero desde que comience un nuevo círculo sin dejar que su ojo vague desde él al dial del reloj, sino que manténgalo enfocado al puntero que se mueve. Cuando usted esté honestamente seguro de que puede mantener su foco de atención en el segundero durante una revolución completa, habrá dado un importante paso en el desarrollo deliberado de su poder mental.Ahora otro paso. Manteniendo su enfoque como antes, cuente mentalmente del uno al diez y viceversa, lentamente, durante el curso de una vuelta del segundero. Notará que esto requiere una doble atención. Usted está observando el movimiento del puntero y al mismo tiempo contando deliberadamente, Al principio puede ser fácil, pero repítalo una y otra vez hasta que se vuelva difícil; entonces ¡ hágalo ! Esta es una recomendación muy importante.El siguiente paso es agregar a estas dos actividades simultáneas una tercera. Mientras continúa observando el segundero y contando mentalmente, dígase algunos versos que conozca.Practique a menudo, dondequiera que tenga minutos libres, y el efecto en su poder mental y concentración será rápidamente notorio.
Presencia y Esencia En general, la gente raramente tiene, y nunca reconoce como tal, la experiencia de la esencia. Así, empezaremos por considerar una clase de experiencia relacionada con ella, de la cual se siente y se habla más comúnmente: la cualidad de presencia. La expresión «estoy presente» se usa a menudo en círculos espirituales y psicológicos, asumiéndose que el significado es comprendido. Nos preguntamos: ¿Qué significa esta expresión? ¿Qué significa, en realidad, estar presente? La mayoría del tiempo la expresión no es usada de una manera muy definida o clara; si se le pregunta, la mayoría de la gente es incapaz de explicar lo que significa «estar presente».Pero debe haber una condición real que garantice el uso de la expresión «estoy presente». Ella significa literalmente que hay un «Yo» que está presente en el tiempo. ¿Es exacto este significado literal?Obviamente cuando decimos «estoy presente» no significamos exactamente que estamos conscientes, de otra manera lo diríamos así. Hay una diferencia entre el significado de «estoy presente» y el significado de «estoy consciente», aunque los dos puedan coincidir frecuentemente ¿Qué hace que digamos «presente» en lugar de «consciente»? ¿Qué hay en la experiencia de «estoy presente» que sea diferente de la experiencia de «estoy consciente?Queremos averiguar el significado de presencia contemplando y analizando la efectiva experiencia de presencia. Examinemos una situación familiar, la experiencia estética. Mis ojos captan la visión de una hermosa rosa roja. De repente mi vista está más clara, mi olfato más penetrante. Me parece estar en mi vista, me parece estar en mi olfato. Hay más de mí aquí, viendo, oliendo y apreciando la rosa.Este fenómeno no es simplemente uno de consciencia acrecentada, sino cuanto más de la rosa es experienciado a través de mis ojos y fosas nasales, así tanto más de la rosa es experienciado a través de mi sistema perceptual.En la experiencia de presencia aumentada, es como si yo encontrara mis percepciones a medio camino. Es como si algo de mí, algo más o menos palpable, está presente en mis ojos y en mi nariz. Algo en mí, además de mis canales perceptuales, está participando en la experiencia de la rosa y esto es algo que no es memoria, ni asociaciones pasadas con respecto a las rosas.En un sentido, mi mayor consciencia realmente aumenta la presencia de la rosa, o de cualquier otro objeto estético, tal como un trozo de música o una pintura. Algunas veces una mayor consciencia aumenta solamente cierta cualidad de un objeto: la belleza de la rosa, su color, su olor o su frescura. Pero algunas veces la rosa como rosa, como una presencia en sí misma, es sentida. Si esa experiencia es suficientemente profunda, nuestra propia presencia es intensificada. «Me parece estar más aquí», sería la expresión adecuada. Pero, ¿qué es esta presencia? ¿Hay realmente un «yo» que esté más presente o qué es, exactamente? Puede ser la experiencia del asombro cuando se es confrontado con la inmensidad del océano o la grandeza de una cadena de montañas. Puede ser la experiencia de admiración cuando uno es testigo del heroísmo en un individuo o en un grupo, o del coraje o intrepidez de un explorador.Estamos considerando los momentos, aunque raros, cuando sentimos como si hubiera algo más de nosotros participando de la experiencia. Queremos entender lo que significa «más de nosotros» ¿Más de qué? ¿Cuál es el elemento que da a nuestra experiencia este sabor de presencia?Estamos también conscientes que algunos individuos tienen mayor presencia que otros. Decimos «El tiene más presencia», o «El tiene una presencia imponente». Pero, ¿podemos decir a qué nos estamos refiriendo realmente? No nos estamos refiriendo a la cualidad de la presencia de la mente, la cual es una mayor consciencia. La «presencia» en sí misma es más que eso.La presencia puede también ser sentida en momentos de intensa y profunda emoción cuando una persona está plenamente sintiendo un estado emocional, no controlándolo o inhibiéndolo, cuando está involucrado sinceramente en el sentimiento, totalmente inmerso en él de una manera libre y espontánea sin juicio o vacilación. Esto generalmente sucede cuando la persona se siente totalmente justificada en sentir las emociones.Por ejemplo, un individuo podría tener la experiencia de una pérdida, como la muerte de un ser querido, y así sentirse justificado de sentir la pena y la tristeza. Podría involucrarse tanto en la tristeza, estar tan inmerso en ella, que los sentimientos se profundizarán como si estuvieran a millas de profundidad, llegando a honduras y profundidades cada vez mayores. Este estado podría llegar a ser tan excesivo y denso a medida que se llega a estar más inmerso en él, tan hondo y tan profundo como para sentirse penetrado por una especie de presencia. Es como si la profundidad y la hondura fueran una presencia real, palpable y completamente clara allí.Otro ejemplo: una persona puede sentirse justificada de tener ira e indignación por ser insultada o tratada injustamente. El enojo puede llegar a ser tan fuerte que si se deja llevar sin reservas por este sentimiento, la persona experimentará en su ira una especie de fuerza que la potencia. Esta fuerza o poder es tan claramente manifiesto que asume una presencia palpable. Es como si el poder creciente de la irrestricta emoción evocara más de la persona. El se siente tan presente en la emoción, tan en su centro, que una presencia substancial claramente sentida parece impregnar la emoción y llenar el cuerpo. Su cuerpo se siente lleno de poder, tan densamente que el poder llega a ser una presencia. Esta presencia parece ser la fuente de la emoción y del poder, ambos en ella y detrás o bajo ella. En tales momentos, la persona experimenta un intenso contacto con el cuerpo, junto con una asombrosa capacidad de usarlo y dirigirlo. Es como si en ese momento el individuo realmente existiera en sus brazos, por ejemplo, y por ello poder usados con una inusual capacidad de control, eficacia e inmediatez.Bien, ¿qué es esta presencia que existe en los brazos, en el cuerpo, que parece traer consigo poder, energía, contacto y consciencia? Vemos que la presencia es más una realidad que una idea o metáfora. Estamos teniendo la sensación de que la presencia es mucho más profunda, más real que sentimiento o emoción. Nos estamos acercando, aunque todavía vagamente, a una apreciación de lo que es la presencia.La presencia que uno experimenta no tiene que ser la propia y no tiene que ser individual. Uno puede experimentar la presencia de otro. Todo un grupo puede estar consciente de una presencia. Incluso uno que no esté particularmente sintonizado con la cualidad de la presencia no puede sino contactarla en algunas circunstancias únicas e inusuales. Una de tales situaciones es que una madre dé a luz una creatura.Algunas veces, cuando la madre no está bajo medicamentos, cuando ella está participando plenamente en el nacimiento, su presencia puede manifestarse. La madre puede sentir una plenitud, una fuerza, una determinación sólida, una inconfundible sensación de que ella está presente en la experiencia, enteramente involucrada en ella.La situación de dar a luz es real; no es social, y no puede ser fingida. Para que una mujer lo pueda hacer en plena consciencia, sin la ayuda de medicamentos anestésicos, ella tiene que emplear a fondo todos sus recursos, aunar toda su fuerza muscular y su determinación, y estar genuinamente presente.Esta total presencia de la mujer también puede ser percibida por otros. Uno puede verla como la presencia de intensidad, de intenso sentimiento o sensación, o intensa energía y atención. Uno también puede estar consciente de que la mujer está presente en una forma inusual para ella. Parece tener una plenitud, parece tener un fulgor, una radiación. La presencia es inconfundible, hermosa y poderosa.Si uno es sensitivo y consciente, puede darse cuenta que la experiencia de presencia en esta situación no reside sólo en la madre. Si todos los presentes están participando plenamente -y esto a menudo sucede en tales ocasiones por su dramática intensidad- entonces la presencia invade la habitación, llenándola e impregnándola. Hay una intensidad en la habitación, una vitalidad palpable, la sensación de una presencia viviente.La experiencia de presencia se siente más claramente cuando la creatura ha nacido, cuando ha entrado al mundo. Uno puede entonces experimentar un cambio, una expansión en la energía de la habitación. Uno siente que ella tiene definitivamente una nueva presencia, una presencia fresca. Se experimenta a la creatura no solamente como un cuerpo, sino como algo mucho más vivo y mucho más profundo. Uno puede, si está sensitivamente atento, contemplar al recién llegado como una presencia clara y definida. La creatura es un ser. Un ser está presente, sin nombre, sin historia, Y allí, está bendiciendo.Uno puede, en efecto, observar que diferentes recién nacidos tienen diferentes cualidades de presencia. La cualidad de la presencia no es un asunto de tamaño, de apariencia o de qué sexo tienen. Cada uno parece tener su propia y única cualidad de presencia, la cual es completamente obvia al nacer, y que continúa siendo el modo de ser de esa particular creatura. Uno puede captar la emergente presencia como una dulzura, una suavidad, una ternura. 0 la presencia es sentida como una paz, un silencio, una quietud. Sin embargo, otro nos confronta con una presencia de claridad, luminosidad y alegría. Otro puede llenar la habitación con fuerza, solidez y firmeza.Esta experiencia de una situación que es llenada con cierta presencia también puede sentirse en la pureza y soledad de la naturaleza. En momentos de quietud y soledad, una persona llega a estar consciente de que el ambiente natural en sí mismo tiene una presencia que afecta profundamente su mente y corazón. No es raro, cuando uno no está ocupado con las preocupaciones del mundo, cuando la mente está vacía y tranquila, que la naturaleza se presente no sólo como los objetos que la constituyen, sino como una presencia viviente.Una cadena de montañas altas y rocosas puede entonces sentirse como una inmensidad, una solidez, una inmovilidad, que está viva, que está ahí. Esta inmensidad e inmovilidad parecen algunas veces confrontarnos, afectarnos, no como un objeto inanimado sino como una presencia clara y pura, Parece contactarnos, tocarnos. Y si somos abiertos y sensitivos podemos participar en esta inmensidad. Podemos sentirnos uno con la inmensidad, la inmovilidad, la vastedad.Tal como las montañas tienen su presencia particular, así la tienen los bosques, océanos, ríos y praderas, Uno puede sentir la presencia de un árbol, como Krishnamurti relata en una de sus contemplaciones solitarias:«Había una intensidad alrededor del árbol, no la terrible intensidad de alargarse, de tener éxito, sino la intensidad de estar completo, simple, solo y sin embargo parte de la tierra. Los colores de las hojas, de las pocas flores, del tronco oscuro, estaban intensificadas miles de veces ».Podemos extender nuestra investigación considerando la presencia en una situación de peligro. Una persona frente a un extraordinario peligro, cuando su habilidad de funcionar podría esperarse que estuviera reducida, se salvará por un sorprendente poder o capacidad que surge desde dentro. Su percepción lleganá a ser repentinamente aguda, su mente lúcida, su cuerpo ágil y de respuesta rápida. El experimentará un nivel de coraje e inteligencia con los cuales no cuenta normalmente, una extraordinaria fuerza y voluntad, un dominio inusual sobre su mente, emociones y movimientos.En tales ocasiones podrían realizarse grandes proezas en respuesta a necesidades vitales. Una persona podría sentir nebulosa o lúcidamente que un poder ha despertado en ella. Es como si todo el ser se hubiera reunido en una intensidad integrada, que hace posible la emergencia de una fuerza tranquila, una presencia conmovedora que, deliberadamente y con conocimiento, actúa de acuerdo a las necesidades del momento. La excitación se ha ido, las emociones están ausentes, la mente está en silencio. Lo que queda es exactamente lo que se necesita para afrontar la emergencia.En aquellas raras crisis de vida y muerte, cuando nuestras ordinarias capacidades de percepción y acción nos fallan, puede emerger en nosotros un poder hasta ahora desconocido: una presencia tranquila y serena que puede hacerse cargo y actuar sin ser estorbada por nuestros pensamientos y estados emocionales. Esta condición no es simplemente experimentada como la ausencia de pensamientos molestos y conflictos emocionales. Hay más bien una presencia positiva de poder, de una inteligencia superior que no es fisica, emocional o mental.Este aumento potencial de presencia en situaciones peligrosas es utilizado por algunas personas, tipos aventureros o atléticos, para buscar o planear situaciones peligrosas, que haga necesario para ellos el estar intensamente presentes. No estamos hablando de la persona que busca una excitación emocional, involucrándose en situaciones peligrosas. Este potencial de situaciones de extraordinaria coacción es reconocida y utilizada por algunos sistemas de desarrollo personal. El discípulo es estimulado a permanecer despierto y presente en situaciones de extrema dificultad emocional o fatiga física. En tales momentos la mente común de cada día no puede funcionar. El individuo tenderá a descargarse emocionalmente o irse a dormir, si la fatiga es el resultado de prolongada falta de sueño. Pero si se mantiene despierto, y voluntariamente intentando estar presente en esta situación, podría emerger de él una inteligencia o una fuerza que cambiaría todo su estado.En el Budismo Zen esto se logra dando al discípulo un koan, una frase o pregunta enigmática que no puede ser entendida por la mente discursiva. La persona la examina en todas las formas posibles para ella, hasta que llega a un agotamiento mental y emocional. Si está listo, y la situación está madura, un momentáneo silencio y quietud en él le traerá un destello de satori, una realización sin emoción y sin palabras. Los seguidores inexpertos generalmente asumen que la realización debe ser una especie de percepción interna. Sin embargo, las realizaciones más profundas en el Zen son chispazos de plenitud de ser, de ser tal cual se es, de la presencia de realidad. La realización profunda es la experiencia de la presencia.G. I, Gurdjieff, el maestro ruso, usaba el método de someter a los estudiantes a extremo rigor. Frecuentemente ponía a sus discípulos en situaciones tan difíciles que la mayoría de ellos creía que no era posible tolerar. Los estudiantes debían caminar largas distancias varios días, más allá de su capacidad ordinaria de soportar, o debían realizar por días tareas domésticas sin dormir.Algunos pensaban que el propósito de estos esfuerzos era lograr cierta clase de fuerza y resistencia, lo que es parcialmente verdadero. El real significado de aquellas situaciones emerge cuando comprendemos que se suponía que al mismo tiempo los estudiantes practicaran el «recuerdo de sí». El recuerdo de sí es definido aquí como poner atención a la vez al ambiente interno y externo. Algunos de sus estudiantes afirman que el recuerdo de sí también significa mantenerse consciente de que uno está poniendo atención.En efecto, esta práctica es solamente un ejercicio que conducirá a su tiempo a un real recuerdo de sí, que no puede ser explicado a una persona que nunca lo ha experimentado. Si Gurdjieff hubiera significado por recuerdo de sí dividir la atención en dos -una parte dirigida hacia el interior y otra parte hacia el exterior- habría dicho: ponga atención hacia adentro y hacia afuera. ¿Para qué usar la palabra «sí» y la palabra «recuerdo»?Uno podría argumentar que «recuerdo de sí» significa lo que uno experiencia internamente, más nuestra consciencia o atención, Esto incluiría nuestras emociones, sensaciones y pensamientos, más nuestra consciencia de ellos, pero esta perspectiva es limitada. Se debe a no saber que nuestra experiencia interna incluye realmente otras categorías de experiencia.Vemos la práctica de Gurdjieff de recuerdo de sí como el primer paso, el esfuerzo inicial y necesario para que suceda un verdadero recuerdo de sí. Sin embargo, si nos limitamos a este entendimiento, no podríamos nunca reconocer la experiencia de un verdadero recuerdo de sí, porque nuestras preconcepciones funcionarán como barreras a nuestra experiencia.Gurdjieff insistía que los esfuerzos usuales son inútiles para el desarrollo personal. El hablaba de superesfuerzos, esfuerzos que trascendían los límites acostumbrados de la personalidad y que no están dirigidos a satisfacer las pequeñas necesidades habituales, «El hombre debe entender -decía- que los esfuerzos ordinarios no cuentan, solamente los superesfuerzos cuentan». Y así es siempre en todo. «Aquellos que no quieren hacer superesfuerzos harían mejor en renunciar a todo y cuidar de su salud».Superesfuerzo «significa un esfuerzo más allá del esfuerzo que es necesario para obtener un propósito dado», decía Gurdjieff.Imagine que he estado caminando todo el día y estoy muy cansado, El tiempo está malo, está lloviendo y hace frío. En la tarde llego a casa. He caminado tal vez veinticinco millas. En la casa hay cena: está caliente y agradable. Pero, en vez de sentarme a comer, salgo a la lluvia otra vez y decido caminar otras dos millas a lo largo del camino y luego volver a casa. Esto sería un superesfuerzo. Mientras iba a casa era simplemente un esfuerzo y éste no cuenta. Iba en mi camino a casa; el frío, el hambre, la lluvia, todo esto me hacía caminar. En el otro caso, yo camino porque yo mismo decido hacerlo. Esta clase de superesfuerzo llega a ser aún más difícil cuando yo no lo decido, sino que obedezco a un maestro, el que en un momento inesperado requiere de mí un nuevo esfuerzo cuando yo había decidido que los esfuerzos por el día estaban terminados.Por supuesto que tales superesfuerzos desarrollarán fuerza y voluntad; pero Gurdjieff está más interesado en el recuerdo de sí que en el fortalecer la capacidad de resistencia de una persona. Ciertamente, parte del propósito yace en desarrollar esta capacidad, pero no es el propósito principal. Un individuo necesita solamente alistarse en el ejército para aprender resistencia; no necesita trabajar con Gurdjieff.El método de Gurdjieff es para causar una fricción entre la consciencia del individuo y sus manifestaciones habituales, así en el tiempo y las circunstancias correctas emergerá de él un sabor del recuerdo de sí. Al escribir acerca de considerar cómo lograr ciertas tareas que él se puso a sí mismo, él describe cómo la totalidad de sus reflexiones lo conduce a la convicción de que podía realizar todas sus tareas como resultado de las fuerzas que emergerían de la fricción de su consciencia con las manifestaciones automáticas. El describe cómo al final de esta percepción «todo mi ser estaba lleno por un singular sentimiento de alegría, nunca hasta ahora experimentado... Simultáneamente con esto, dentro y por sí sólo, sin ninguna manipulación de mi parte, apareció por decirlo así el «recuerdo de sí», también con un vigor nunca experimentado antes.»Es obvio que aquí Gurdjieff se refiere al recuerdo de sí como una sensación y no como una actividad o un discernimiento. Pero nos preguntamos, ¿sensación de qué? El dice que es la sensación de recordarse a sí mismo. Pero nosotros estamos tratando de entender lo que recordarse a sí mismo significa. Hasta aquí solamente entendemos que el recuerdo de sí es una sensación de algo.Entendemos aquí que esta sensación no es otra cosa que la sensación de presencia en uno mismo. Los métodos de Gurdjieff fueron diseñados para ayudar a la persona a estar tan presente en aquellas situaciones de esfuerzo que la presencia llegue a ser una experiencia palpable y definida. Cualquiera que tenga una impresión de Gurdjieff a través de experiencia personal o a través de sus escritos y obra, sin duda tendrá una experiencia de Gurdjieff como presencia. Podemos llamarlo poder, podemos llamarlo voluntad, o podemos llamarlo fuerza. No obstante, la impresión es definitivamente la de una presencia impresionante y poderosa. Esta es una presencia que nos confronta. Es una presencia que está más allá de las palabras y de acciones específicas, una presencia que es Gurdjieff.Y la presencia de Gurdjieff es Gurdjieff, Por eso es que él usa el término «recuerdo de sí». Es él quien está presente como una presencia verdadera y palpable, más allá de sus palabras, sus ideas, sus acciones. Así podemos decir que lo que significaba recuerdo de sí es justamente eso. Es el recuerdo de sí mismo. Gurdjieff empleaba la frase literal y simplemente. La gente que no lo entiende hace que esto suene totalmente complicado, pero cuando el recuerdo de sí ocurre, se ve literal y simple; lo que es real en la persona está presente, recordado después de ser olvidado. Gurdjieff tituló su último libro: «La vida es real solamente entonces, cuando yo soy». Hay realidad solamente cuando yo me recuerdo a mí mismo, cuando yo experimento que «yo soy». El también asegura en el mismo libro que una persona puede hacer -es decir, actuar consciente e intencionalmente, y sin condicionamiento- sólo si está presente, si existe conscientemente.Aquí recordamos aquellas situaciones de extraordinaria dureza donde un individuo puede actuar no obstaculizado por los habituales estados de consciencia. Así, de acuerdo con Gurdjieff, estas situaciones involucran estados de recuerdo de sí. Lo que llamamos presencia se ve aquí como la presencia de lo que es real en una persona. «Estoy presente» significa «Lo que es real en mí está aquí». Es la experiencia consciente de existencia. Es la experiencia de «yo soy».Aunque hemos hecho la conexión entre presencia, recuerdo de sí, y la experiencia de «yo soy», una persona podría objetar que es muy vago y nada ha sido probado hasta ahora. Esto es verdad. No estamos tratando de probar nada. Este no es un razonamiento lógico. Estamos solamente buscando una apreciación, un saborear un reino de experiencia que la mente no puede captar directamente. Este es un reino que no se puede alcanzar por la lógica y la argumentación. Puede sólo ser experimentado directamente, y por eso hay escuelas y sistemas dedicados sólo a originar y desarrollar esta experiencia.Al discutir el uso del recuerdo de sí de Gurdjieff, hemos sido capaces de conectar la experiencia de presencia con la experiencia de existencia. «Estoy presente» es la experiencia consciente de «yo existo». Es la consciencia de una presencia viviente que existe, que es, no es simplemente la consciencia de los muchos pensamientos, sentimientos y emociones, por lo que el darse cuenta es el requerimiento preliminar del recuerdo de sí, y no el recuerdo de sí como tal.Gurdjieff llamó a la verdadera parte de nosotros, la parte que puede tener la experiencia de «yo soy», nuestra esencia. El definió la esencia como la parte con la cual nacemos y que no es el producto de nuestra crianza o educación. Así en la experiencia de presencia lo que está presente es la esencia, nuestra verdadera naturaleza, la cual es independiente del condicionamiento.Presencia y esencia son lo mismo. Hemos discutido la presencia para dar un sabor de lo que es la esencia. Como vemos, la esencia es la parte de nosotros que es la experiencia del «yo soy». La esencia es la experiencia directa de la existencia, Por supuesto la esencia puede experimentarse como otras cosas, tales como amor, verdad, paz, etc. Pero el sentido de existencia es su característica más básica. Es lo más claro, es el aspecto más definido que lo separa de otras categorías de experiencia. La esencia es, y eso es lo más básico de su experiencia.Esta experiencia de «yo soy», de directa aprehensión de existencia, no es una experiencia mental o emocional y no puede ser comprendida desde las acostumbradas perspectivas de experiencia, La mente puede pensar acerca de la existencia, pero no puede alcanzarla. Nosotros hemos visto esto al discutir la presencia. La respuesta a la pregunta «¿Qué es la esencia?» es «Aquel dentro de nosotros que puede tener la experiencia de «yo soy». La esencia es la única parte dentro de nosotros que está directamente consciente de su propia existencia. Consciencia de su existencia es una intrincada cualidad de la esencia. Un autor tibetano dice: «Por lo tanto, (experiencialmente) un estrato fundamental de existencialidad (Sku), y una fundada y prístina cognitividad (ye-shes), habiendo existido como tales desde el principio, por lo que una no puede ser añadida o sustraída de la otra, están presentes como la misma naturaleza del sol (y su luz).»Uno podría argumentar que toda la gente sabe que existe, aunque no pudieran conocer su esencia. Esto es a la vez verdadero y falso. Ellos saben que existen, pero no lo saben directamente. El acostumbrado conocimiento de la existencia es a través de la inferencia: no es un conocimiento directo. Este punto ha sido discutido extensivamente por los filósofos. El modo habitual del conocimiento de la existencia es sintetizado por Descartes, Cogito ergo sum (Pienso, luego existo). Podemos inferir la existencia solamente por variadas clases de experiencia. Generalmente pensamos que existimos porque podemos ver nuestros cuerpos, oír nuestras voces, sentir nuestras sensaciones, etc. Descartes fue más refinado al decir que nosotros sabemos que existimos, porque sabemos que pensamos.Así hay siempre una inferencia de alguna percepción y la inferencia es algo de lo cual tenemos una idea muy vaga. Cuando una persona dice: «Yo pienso, luego existo», ¿qué quiere decir la persona por «yo»?, ¿tiene claridad de lo que significa?Y porque hay inferencia, no hay tal certeza. Podría ser lógico, podría ser una certeza existencial real, profundamente sentida. La certeza no existe en la inferencia porque la certeza de la experiencia existencial necesita la experiencia directa, de hecho, la más directa percepción y experiencia. Y ésta es la de identidad, cuando somos lo que experimentamos, cuando la percepción es tan directa, cuando lo que percibes y lo que es percibido es la misma cosa. Esto es exactamente la experiencia de esencia.Aquí no hay inferencia de algo más. Es la experiencia más directa. El que experimenta y la experiencia son la misma cosa. No hay separación entre sujeto y objeto. El sujeto y el objeto son lo mismo: la esencia.No es solamente que no hay inferencia. No hay tampoco un medio que permita la percepción. Generalmente hay un medio intermediario que posibilita al sujeto experienciar un objeto, Cuando el ojo ve un objeto el medio intermediario es la luz, pero cuando la esencia es consciente de sí misma, no hay intermediario. El objeto, el sujeto y el medio de percepción son todo lo mismo. También el órgano de percepción es la esencia misma. Hay en la experiencia solamente esencia. La esencia es el sujeto. La esencia es el objeto. La esencia es el medio de percepción, la esencia es el órgano de percepción. La esencia es la experiencia. No hay separación alguna, no hay dualidad y no hay diferenciación.La experiencia de la esencia como existencia, la experiencia de «yo soy» no es como si hubiera un sujeto que es el actor de la existencia. El «yo» y el «soy» no están separados, El «yo soy» es una experiencia unitaria. La naturaleza de la esencia, del verdadero sí mismo, es existencia. El «yo» mismo es existencia.Así, es más preciso decir que la parte de mí que existe está presente. La esencia es la única parte de mí que realmente existe, en el sentido de experimentarse a sí misma como pura existencia, pura presencia.Hemos investigado la cuestión de la presencia y hemos visto que la presencia es la presencia de nuestra esencia. Es la parte verdadera en nosotros, la parte no condicionada o producida por el ambiente. Es nuestra intrínseca naturaleza. Hemos visto que la esencia es la única parte que está consciente de su propia existencia directa e íntimamente, y con certeza.
Psicotransformismo Psicotransformismo es el término que usó Ouspensky para describir una serie de cambios que pueden tener lugar en la psiquis del hombre. El Psicotransformismo trata de la posibilidad que el hombre tiene de transformarse desde un ser que es Enemigo Público Nº 1 desde el punto de vista de la biósfera - una creatura muy desarmónica y peligrosa - en un ser que puede vivir en armonía consigo mismo y con el universo. De acuerdo a esta teoría, el hombre posee posibilidades de desarrollo que generalmente ni siquiera conoce, ni mucho menos usa.La naturaleza garantiza que el hombre se desarrollará hasta la etapa de un animal sexualmente maduro. En este punto lo abandona para que haga lo que le plazca. Ya sea que se desarrolle más allá o no, depende enteramente de sus propios deseos. Puede, y generalmente lo hace, vivir como un tonto y morir como un perro, en cuyo caso llega a ser mera «comida para gusanos». 0 puede, mediante cierta clase de esfuerzo intencionado transformarse en una clase más elevada de ser, y entonces es incorporado a una etapa ascendente del proceso cósmico.La validez de la teoría del Psicotransformismo puede ser probada por cualquiera, porque el hombre siempre puede usarse a sí mismo como conejillo de Indias para ver si funciona. No hay que creer nada, sólo intentar el experimento.En orden a estudiar esta teoría científicamente, es necesario considerar la estructura y función del cerebro humano. El cerebro del hombre es el más complejo y peligroso de todos los aparatos que se han desarrollado en la biósfera terrestre. Es un órgano horrorosamente desarmónico. Su desarmonía proviene del hecho de que no es «uno» sino «muchos». Incorpora tres diferentes cerebros en una sola entidad: un cerebro instintivo cercano al nivel de un cocodrilo, un cerebro emocional no muy por encima del de un caballo, y, encaramado al tope de esta inestable combinación, como un rey en un trono tambaleante, un cerebro humano recientemente evolucionado, alojado en dos hemisferios cerebrales de grandes dimensiones. De este modo, parece razonable que cualquier ser, lo suficientemente desafortunado para tener que crear alguna clase de armonía entre un cocodrilo, un caballo y un hombre, tenga alguna dificultad. Basta revisar la historia de la humanidad para darnos cuenta de la horrible confusión que esta mezcla ha provocado. Arthur Koestler en «El fantasma en la máquina», sugiere que el hombre es víctima de un error en la formación del cerebro. El error proviene de la incapacidad de los viejos cerebros para evolucionar armoniosamente con el nuevo. El resultado es un desastre biológico que puede llevar no solamente a la extinción de la raza humana, sino también a un daño irreparable en la biósfera del planeta tierra.La candente pregunta que surge, ante la cual todas las otras preguntas parecen triviales, es ésta: ¿Tiene el cerebro humano en sí mismo la capacidad, primero, de reconocer sus propios defectos y, segundo, de remediarlos?.La teoría del Psicotransformismo contesta que la posición del hombre es difícil y peligrosa, pero no sin esperanzas. El cerebro, como ciertos computadores muy sofisticados, tiene la capacidad de reconocer y corregir algunos de sus errores. Para hacer esto debe usar un sistema del cerebro que, si bien existe en el hombre, no es normalmente conocido. Permanece sin uso como una poderosa máquina cuyo dueño ni siquiera sabe que la posee.Si miramos los sistemas cerebrales que determinan el comportamiento del hombre y los otros animales, veremos que predominan dos sistemas. Siguiendo a John Lilly, los llamaremos los sistemas de detención y de partida.Psicodinámica de los sistemas cerebrales:partida..............................detenciónacción...............................inacciónplacer...............................dolorrecompensa.....................castigoNeurohormonas:Norepinefrina....................AcetilcolinaLos dos sistemas están íntimamente relacionados con recompensa y castigo. El sistema de partida ofrece al animal su recompensa. Es más o menos sinónimo con el centro del placer, cuyo poder fue tan dramáticamente demostrado por Olds en ratas y por Lilly en el mono. Si insertamos un electrodo en el centro del placer de una rata o de un mono y lo conectamos a una barra que la creatura pueda pulsar, tendremos una fascinante, e incluso atemorizadora, demostración del poder que este centro puede ejercer. Hora tras hora, descuidando todas sus otras necesidades, el animal permanecerá ahí oprimiendo la barra. Es, literalmente, un esclavo de su centro del placer.El efecto del sistema de detención es igualmente dramático aunque, afortunadamente para nosotros, está localizado en una parte muy pequeña del cerebro. Este sistema cerebral castiga al hombre tan drásticamente que, si se implanta un electrodo allí y es frecuentemente activado, la creatura se decae, pierde interés en la vida y finalmente muere. La única manera de detener su depresión es activando su sistema de partida.Es digno de mencionar que estos dos sistemas dependen para su funcionamiento de dos diferentes sustancias químicas. El sistema del placer o partida depende de la neurohormona norepinefrina; el dolor o detención depende de la neurohormona acetilcolina. Es muy importante que nos demos cuenta de cómo todos nuestros estados de ánimo y nuestro total sentido de aquello que llamamos «uno mismo» depende de diminutas trazas de ciertas sustancias químicas, las neurohormonas, liberadas en las terminales de las fibras nerviosas. Un defecto en el metabolismo de la norepinefrina puede hundir a una persona en las profundidades de una inexplicable depresión o inducir las alucinaciones de la esquizofrenia. Los médicos sacudirán sus cabezas y, si son de «orientación psicoanalítica» referirán al paciente a un colega psiquiatra, quien pondrá a la persona contra las cuerdas, cobrándole cincuenta dólares por la hora. Pero ésto es inútil, porque el problema real es químico. Todas las formas de conducta pueden finalmente estar relacionadas con eventos a nivel molecular que ocurren en ciertas áreas del cerebro. Las llamadas drogas psicotrópicas actúan en el cerebro alterando estos procesos bioquímicos.Los sistemas de detención y de partida sustentan todas las conductas comunes. El hombre busca estímulos que activen su centro del placer. Con igual buena fe busca evitar cualquier influencia que active el centro del dolor. Se mueve como un asno entre el garrote y la zanahoria, una bestia estúpidamente dirigida por impulsos que difícilmente puede entender, en un viaje sin dirección y sin un real sentido. Ya sea tratando de capturar el placer o huyendo del dolor, es un esclavo de estos tiránicos centros cerebrales que limitan su libertad y lo transforman en un muñeco desvalido.
«Corrupta y vieja naturaleza, nos empuja vehemente.Un aguijón es la lujuria y el otro , el dolor.»Estas palabras, gritadas por un loco en una de las más inspiradas novelas de H. G. Wells, resumen la condición del hombre en el nivel de ser en que habitualmente existe, Pero la teoría del Psicotransformismo establece que éste no tiene porqué existir en ese desdichado nivel.El nuevo cerebro del hombre, la neocorteza, es un grande, complejo y verdaderamente magnífico órgano, cuyo poseedor no sabe como usar. Es como un extraordinario computador puesto en manos de un ignorante y rústico labriego que no tiene ni la más nebulosa idea de para qué es. E incluso peor, el manual de instrucciones se ha perdido.Sumado a los centros de detención y partida, que el hombre comparte con los otros animales, la neocorteza contiene centros superiores, los centros del poder y de la liberación. Aquel que pueda activar estos centros cesa de ser un esclavo de la dualidad placer-dolor. Tal persona obtiene una libertad interior aparejada a una comprensión totalmente nueva de sí mismo y de su poder, ha colmado su potencialidad y ha llegado a ser verdaderamente un hombre. La teoría del Psicotransformismo establece que aunque estos centros superiores existen en el cerebro del hombre, sólo pueden ser activados mediante esfuerzos intencionales. Es como si la naturaleza obsequiara al hombre con un soberbio regalo y luego, arrepintiéndose de su generosidad, pusiera ciertos obstáculos en su psiquis que le harán casi imposible usar el regalo. En el Nuevo Testamento, que es un tratado de Psicotransformismo escrito en clave, encontramos referencias a esta idea en varias parábolas. El centro superior del cerebro del hombre ofrece las llaves de ese estado llamado «el reino de los cielos». El hombre comúnmente no sabe que este reino existe. Si pertenece a la llamada Iglesia Cristiana, puede haber escuchado que este reino está situado en alguna parte en la estratósfera, y poblado por improbable fauna, como querubines o ángeles, o que es un estado que se obtiene después de la muerte. Pero el reino de los cielos existe en su propio cerebro. Depende de él encontrarlo. Así, en las parábolas del Nuevo Testamento, el reino de los cielos es comparado al tesoro oculto en un campo y que, cuando el hombre lo descubre, vende todo lo que tiene para comprar ese campo.La misma idea es presentada en forma algo diferente en la parábola del hijo pródigo. Habiendo despilfarrado sus bienes en una vida disipada se encuentra reducido al nivel de un porquerizo que gustosamente se llenaría la barriga con los desperdicios de lo que los cerdos comieron. Sólo en esta deplorable situación extrema, recuerda la casa de su padre y resuelve volver allá a toda costa.Estas parábolas expresan alegóricamente dos de los más importantes principios del Psicotransformismo. En primer lugar, antes que el hombre siquiera comience a desarrollarse, debe darse cuenta de que, mientras permanezca esclavo de los centros del placer y del dolor, su vida no es mejor que la de un animal. Es un cerdo entre los cerdos. De hecho, está más abajo que ellos porque al menos los cerdos no tienen un potencial mayor que desperdiciar. En segundo lugar, el hombre debe entender que, para entrar en el reino de los cielos en la alegoría de los Evangelios, debe estar dispuesto a sacrificar todo lo que posee.La naturaleza no tiene previsto asegurar que el hombre desarrollará todo su poder. Entenderemos ésto al comparar al hombre con un insecto, una mariposa, por ejemplo, que pasa por varias formas: huevo, oruga, crisálida y adulto alado. La naturaleza asegura que el insecto pasará por todos estos estados. Pero el hombre, cuya última transformación interior puede ser comparada al cambio de oruga a mariposa, es forzado a depender enteramente de sus propios esfuerzos intencionales para efectuar esta metamorfosis. La naturaleza no sólo no lo ayuda, sino que además pone grandes obstáculos en su camino. Si quiere alcanzar su total desarrollo y despertar los centros superiores de su cerebro, debe trabajar en contra de la naturaleza. Más correctamente, podemos decir que debe trabajar en contra de la naturaleza en un nivel, en orden a servir los propósitos de ella en un nivel más elevado, porque la razón nos obliga a percibir varios niveles en el funcionamiento del cosmos. Los procesos que tienen lugar en un nivel pueden ser opuestos a los que ocurren en otro. No es necesario ir tan lejos como aquellos dualistas babilonios que postulaban dos principios: una fuerza de la oscuridad y una fuerza de la luz. Basta decir que el proceso que llamamos naturaleza opera en varios niveles y que el hombre se encuentra colocado entre dos niveles de ese proceso cósmico. Tiene la posibilidad de transcenderse a sí mismo y alcanzar un nivel superior de ser, o puede permanecer como está, siendo un cerdo entre los cerdos.El Psicotransformismo se refiere a las leyes que gobiernan la auto transcendencia. En muchos sistemas de enseñanza el Psicotransformismo es comparado con un viaje. Este viaje interior es aludido como el Camino, y los diferentes niveles de desarrollo son señalados como etapas del Camino. Podemos dibujar un mapa del Camino y distinguir cinco etapas, como se muestra en la figura siguiente.
En el nivel más bajo está la selva, representada aquí como un círculo, porque nadie a ese nivel llega jamás a alguna parte. La gente se mueve en círculos como los burros que hacen girar una rueda de molino. Ellos viven entre la zanahoria y el garrote. Son arrastrados por deseos, ya sea de riqueza, fama, placer sexual, etc. o son manejados por temores, temor a la pobreza, enfermedades, cesantía. Este nivel es llamado «la selva» porque en él se vive bajo la ley de la selva: comer y ser comidos.Más allá de la selva se extiende el bosque. Es un mejor lugar para estar que la selva. Al menos hay senderos en el bosque y algunos de esos senderos llevan a alguna parte. También hay guías y algunos de ellos conocen el terreno.La primera etapa en el camino es pasar desde la selva al bosque. Esto ocurre cuando alguien despierta al hecho de que la vida en la rueda del molino, entre el garrote y la zanahoria, no es una forma de existencia particularmente satisfactoria. Tal persona comenzará a buscar una manera de vivir más significativa. La búsqueda a ese nivel consiste en leer libros, asistir a charlas, hablar con otros recolectando material acerca del Camino. Todo lo recopilado irá formando un entidad definida en la persona del buscador, la que es llamada en el Psicotransformismo «el centro magnético».El buscador que entra en el bosque sólo tiene a su centro magnético para guiarlo. Este puede ser fuerte e inteligente o débil y estúpido. La función del centro magnético es poner al buscador en contacto con un guía. Cada buscador consigue el guía que se merece. Un tonto obtiene un tonto como guía, un farsante a un farsante. Una persona con discernimiento continuará buscando hasta encontrar un genuino guía. Esto no es fácil. Los farsantes son muy numerosos, los guías genuinos son pocos.Cuando el buscador encuentra a su guía comienza una fase más intensa de trabajo interior. Llega a ser aspirante para la iniciación. En el aspirante, el centro magnético cambia lentamente a una nueva y más poderosa entidad. Esta es llamada el Observador o el Testigo. En esta etapa el buscador tiene una gran obligación: verse a sí mismo como realmente es. Sin esto, nada es posible.El buscador verá, antes que nada, que no tiene control sobre su vida, que es mantenido en esta confusión, esta selva, por ciertas funciones que están simbolizadas en las cartas del Tarot por el Loco, el Demonio y la Rueda de la Fortuna.El Loco representa la sugestionabilidad y la credulidad en el hombre. Se tragará cualquier cuento viejo. Vagando con la cabeza en el aire, está a punto de caer en un barranco, pero no lo nota porque está inmerso en sus sueños. Transporta los cuatro símbolos sagrados a su espalda sin saber que significa ninguno de ellos - ni siquiera sabe porqué los lleva.El Demonio es todas las mentiras en que vivimos, las mentiras que nos decimos a nosotros mismos y las que nos dicen nuestros líderes; y la Rueda de la Fortuna es la tendencia que tiene el hombre de engancharse en actividades totalmente fortuitas y sin dirección. El hombre no sabe lo que hace. Actúa por impulsos, sin real intención y cada impulso es llamado «yo».Con miras a entender el rol del observador, debemos darnos cuenta de que en su habitual estado de inconsciencia el hombre tiene muchos «yoes». Cada uno de ellos puede llegar a ser dominante por un tiempo. Algunos son directamente opuestos a los otros. Esto ocurre por el estado de desarmonía interior tan característico de la vida del hombre en la selva.La función del observador es estudiar a estos «yoes». Es como un administrador recién nombrado para hacerse cargo de un negocio que está fracasando por la incapacidad del equipo para trabajar en conjunto.El observador estudia los diferentes «yoes» objetivamente. Debe decidir cuales son valiosos y cuales peligrosos. Tiene muy poca autoridad con qué comenzar y no puede ejercer ningún control. Además carece de objetividad y puede engañarse al rehusarse a ver a ciertos «yoes» o a evaluarlos correctamente. Aquí especialmente necesita ayuda de su guía.A medida que el observador aumenta su poder, se va trasladando gradualmente de la personalidad a la esencia. La personalidad es superficial, la esencia es profunda. Una vez que la esencia es alcanzada, el nivel de ser del aspirante cambia. Hasta cierto punto ya no es más un aspirante a la iniciación. Llega a ser un iniciado del primer orden. Ha alcanzado el nivel del hombre objetivo.En nuestro mapa del camino localizamos al hombre objetivo al pie de la primera montaña, la montaña del poder. El ha pasado por ciertas pruebas, la más importante se llama «desnudar el falso ego». La principal característica del hombre objetivo es que no se le puede adular ni insultar. Está más allá del alcance de la alabanza y la reprobación. Se ha desembarazado de la importancia de su «yo» y se ha dado cuenta de su insignificancia.No es poca cosa llegar a ser un hombre objetivo. Se necesitan años de esfuerzo más la ayuda de un buen guía. En verdad, puede tomarle tanto tiempo a una persona alcanzar este nivel que la vejez, el último enemigo del hombre de conocimiento, puede hacer imposible cualquier desarrollo posterior. Pero, si no es muy viejo, el iniciado de primer orden podrá embarcarse en la siguiente etapa del Camino, el acceso a la montaña del poder.Ahora nos volvemos hacia un mapa diferente del mundo interior del hombre. El mandala que se muestra en la figura siguiente pertenece a la clase de diagramas llamados «yantras» y contiene gran cantidad de información. Algunos de estos son aplicables al mundo en que el hombre vive, otros al mundo interior del hombre. El gran círculo negro exterior es la barrera que evita que la gente siquiera comience el gran trabajo, el gran proceso alquímico. Luego hay tres círculos sucesivos los cuales, en el mandala tibetano, serían el círculo de las llamas, el de los rayos (o dorjes) y el de los lotos. Esto corresponde a ciertas energías en el hombre, las que éste puede aprender a despertar y a usar para la transmutación interna.Los dos cuadrados interiores del mandala representan las habitaciones cerradas de la psiquis humana. Son equivalentes a la montaña del poder y a la montaña de la liberación de la figura anterior. A las cámaras interiores se accede a través de cuatro puertas y cada puerta tiene su guardián. El hombre objetivo, aunque iniciado de primer orden, sólo está en el umbral del primer cuadrado. Para entrar en la primera habitación, debe vencer al guardián de la puerta. El guardián representa ciertos patrones fijos de pensamiento, sentimiento y percepción que mantienen al hombre en su mundo habitual. El mundo dentro del mandala no es familiar. Es, pidiendo prestada una frase de Carlos Castañeda, «una realidad separada». En la lucha por entrar a este extraño mundo, el viajero encontrará fenómenos peculiarmente engañosos e ilusorios, los fenómenos del umbral. Han sido muy bien descritos por Ouspensky en «El Nuevo Modelo del Universo», en el capítulo titulado «Misticismo Experimental». Ellos son siempre productos de la imaginación del viajero y, por muy fascinantes que puedan parecer, debe despedirse de ellos.El que asciende la montaña del poder desarrollará los poderes o «siddhis».Quien posee estos poderes puede ejercer influencia sobre la gente que los rodea. Puede doblegarlos a su voluntad, dominarlos, hipnotizarlos, e incluso, destruirlos. Puede hacer esto porque ahora tiene una voluntad unificada obtenida mediante el proceso llamado «la batalla entre el sí y el no». En el curso de esta lucha, los «yoes» en conflicto en el ser del hombre se han fundido en una sola entidad poderosa, un maestro interno. Aquel que ha creado en sí mismo esta entidad es un hombre de poder, o iniciado de segundo grado.Una persona puede alcanzar esta etapa del Camino sin llegar a ser un hombre objetivo. Hay ciertos atajos hacia la montaña del poder. El que toma estos atajos lo hace asumiendo riesgos. Entra al cerco sagrado del mandala llevando aun su ego personal, y será tentado a usar sus poderes para fines egoístas y a menudo destructivos. La idea del brujo perverso o del mago negro, se refiere esencialmente a alguien que ha tomado el atajo hacia la montaña del poder. En los pueblos primitivos, el «shamán> o médico brujo, es frecuentemente alguien que ha tomado este atajo. A menudo, eran más temidos por su poder de destruir que venerados por su poder de sanar.El cuadrado más interno del mandala corresponde a la montaña de la liberación. Es lo sacrosanto del templo interior del hombre. Hacia esa etapa del Camino no hay atajos. Quien haya alcanzado este nivel de ser es un iniciado de tercer grado, un hombre perfecto, un Buda, un liberado. Es completamente imposible para alguien así hacer mal uso de sus poderes, porque ha transcendido totalmente su ego personal. Se ha vaciado de su conciencia separada para acceder a la conciencia universal. Está completamente libre, no se apega a nada. Citando al Bhagavad Gita: «El ve al Ser en todo y todo en el Ser». En él, el proceso del Psicotransformismo ha alcanzado la última etapa.En el centro del mandala hay una mancha blanca, la cual es la semilla del mundo no manifestado, la fuente de toda vida. El mandala como un todo representa el proceso cósmico de lo no manifestado fluyendo hacia la manifestación a través de la dualidad Yin - Yang.
Estamos despiertos? ¿Cómo nos podríamos probar a nosotros mismos, en un momento cualquiera, que no estamos dormidos y soñando? Las circunstancias de la vida son a veces tan fantásticas como las de los sueños, y cambian con la misma rapidez. ¿Qué pasaría si nos despertáramos y encontrásemos que nuestra vida despiertos es un sueño, y que nuestro dormir y soñar son sólo sueños dentro de ese sueño?Hay una doctrina tradicional, generalmente asociada a la religión, pero que antes y ahora ha sido tema recurrente en la literatura, que dice que nuestro estar despierto habitual no es realmente estar despierto. No es el sueño nocturno, ciertamente, y tampoco es sonambulismo o caminar dormido, pero es, según la tradición, una manera especial de dormir comparable a un trance hipnótico en el cual, sin embargo, no hay hipnotismo sino solamente sugestión o autosugestión. Primero nos dice que, desde el momento del nacimiento y antes, estamos bajo la sugestión de que no estamos totalmente despiertos, y a nivel universal es sugerido a nuestra consciencia que debemos soñar el sueño de este mundo, tal como lo sueñan nuestros padres y amigos. Los niños pequeños, es notorio, encuentran difícil distinguir a primera vista entre esta fantasía, o sea sus sueños de día, y el sueño en el que viven sus padres y que ellos llaman realidad. Más tarde, en la niñez, cuando la sugestión original ha sido incorporada, la autosugestión nos mantiene en este estado más o menos continuamente. Nuestros amigos y vecinos, y todos los objetos que percibimos, actúan como soporíficos y sugestiones de sueño. Nunca más, como ocurrió en nuestra niñez, ponemos en duda lo que nuestros ojos nos muestran como la realidad de este mundo. Estamos totalmente convencidos de que es no sólo real, sino que no hay otra realidad. Soñamos sin poner en duda que estamos despiertos.La religión, obviamente, presupone que la vida terrestre es un modo de dormir desde el cual es posible despertar a la vida eterna. El Nuevo Testamento, por ejemplo, constantemente usa las imágenes de dormir y despertar. De acuerdo a los Evangelios y a las Epístolas, nos dormimos con Adán y despertamos con Cristo, y la Doctrina nos dice en forma repetitiva que deberíamos esforzamos por despertar desde nuestro estado de vigilia presente y «nacer de nuevo». En la literatura han explotado esta idea lbsen y H. G. Wells entre otros escritores. La obra de teatro de Ibsen "Cuando los Muertos Despertamos", y la novela de Wells "El Durmiente Despierta", suponen en sus propios títulos que los seres humanos estamos dormidos; pero que podemos despertar.Es naturalmente difícil, por supuesto, convencernos de que estamos dormidos. Una persona dormida, en la mitad de un sueño, no puede despertarse por sí misma. El sueño puede ser tan desagradable que lo despierta naturalmente o se le debe remecer para que despierte. Muy rara vez nos podemos despertar voluntariamente. Es aún más difícil hacerlo desde un sueño hipnótico. Y si es difícil despertar a voluntad de estos estados de sueño leve, podemos imaginar la dificultad de despertar voluntariamente del profundo dormir y soñar de nuestra vigilia normal.¿Pero, cómo convencernos a nosotros mismos de que realmente estamos en un sueño cuando nos parece que estamos en verdad despiertos? Comparando los dos estados de consciencia principales que conocemos y observando sus similitudes, ¿cuáles son las características más destacadas de nuestro dormir ordinario, tal como las conocemos a través de los sueños que recordamos? El sueño ocurre, es decir, nunca lo iniciamos deliberadamente ni creamos sus figuras y eventos. En esto se parece a la vida en vigilia, por cuanto no predeterminamos nuestras experiencias, ni creamos o inventamos las personas ni los eventos con que nos encontramos día a día.Otro elemento común de nuestro dormir y nuestra vigilia es la variabilidad de nuestra conducta. A veces nos horrorizamos o nos sentimos complacidos recordando cómo nos comportamos en determinado sueño. Es verdad que cualquiera que haya sido nuestra conducta, humillando o halagando nuestro orgullo, no lo habríamos podido hacer de otra manera. Nuestro disgusto o satisfacción es solamente un resultado de la presunta revelación de nuestro ser inconsciente. ¿Pero cómo, fundamentalmente, estos hechos difieren de lo que ocurre en nuestro sueño del estado de vigilia? En el soñar despierto también alternamos entre una lamentable o una buena imagen de nosotros mismos, no por una decisión predeterminada sino porque así sucede, y nuestro desagrado o satisfacción es igualmente contingente en el efecto que el episodio tiene sobre nuestro orgullo. Pero, ¿podemos decir verdaderamente y a priori que, sea lo que sea que pase, deberíamos comportamos así y asá y no de otra forma? ¿No estamos sujetos a la sugestión del momento, siendo proclives a dejarnos alejar de nuestra resolución por la ira, envidia o entusiasmo? Exactamente como en un sueño nocturno, nuestra vida en vigilia siempre nos toma por sorpresa, y nos comportamos constantemente como ni siquiera imaginamos que podríamos hacerlo. Tampoco, mirando en retrospectiva, podemos realmente decir que lo habríamos hecho mejor o peor en una situación pasada. Si se repitiera, no tendríamos duda alguna de poder hacerlo mejor. Pero tomándola tal como fue, con nosotros tal como éramos en ese momento, no habría sido diferente de lo experimentado en un sueño nocturno.El examen serio de los paralelismos existentes entre los estados de sueño y vigilia revela muchas más similitudes. Sólo se necesita mencionar una más: la manera en que nuestra memoria recuerda los dos estados es muy semejante. Es cierto que de nuestro estado de vigilia conservamos los recuerdos de manera más o menos continua, mientras que nuestra vida de sueños es una serie de recuerdos discontinuos. Aparte de esta diferencia específica, nuestra facultad de memoria parece comportarse de la misma manera en ambos tipos de experiencia. Todos sabemos lo difícil que es evocar a voluntad un sueño de la noche anterior, por vívido que haya sido y aunque todos sus detalles hayan estado en nuestra mente al despertar. En un instante desaparece por completo, sin dejar rastros. La memoria de lo vivido en nuestro estado de vigilia no es tan engañosa ni caprichosa en cuanto a sus características principales, pero ¿es tan vivido hoy día un recuerdo de ayer? Vimos claramente miles de objetos, probablemente incluso les prestamos atención. Escuchamos conversaciones, hablamos, vimos hombres y cosas en las calles, leímos libros o periódicos, escribimos cartas, comimos y bebimos, e hicimos o percibimos una cantidad, que nadie puede enumerar, de objetos y actos. Esto ocurrió apenas ayer, fue el vívido sueño despierto de ayer. ¿Cuántos de estos detalles permanecen en nuestra memoria hoy día? ¿Cuántos podríamos recordar si nos esforzáramos? Tan completamente como los sueños nocturnos, la masa de sueños despiertos cae en el olvido de nuestro inconsciente.Puede temerse que haya algo mórbido en las especulaciones anteriores, y que realizar un esfuerzo por ver nuestra vida despiertos como si fuera sólo una forma especial de dormir, debería disminuir la importancia que ella tiene para nosotros, y viceversa. Pero esta actitud hacia un posible y probable hecho es en sí misma mórbidamente tímida. La verdad es que así como en los sueños nocturnos el primer síntoma del despertar es la sospecha de que estamos soñando, el primer síntoma del despertar del estado de vigilia -el segundo despertar de la religión- es la sospecha de que nuestro estado de vigilia presente es como estar soñando. Darnos cuenta de que estamos dormidos es estar a punto de despertar, y estar enterados de que estamos sólo parcialmente despiertos es la primera condición para que logremos estar más plenamente despiertos.
Qué es ser un Buscador de la Verdad? Todo empieza por una pregunta. Una interrogación muda pero implacable, que viene abruptamente a interrumpir el curso de mis ocupaciones, de mis cuitas, de mis pensamientos. «¿Qué puedo hacer frente a mi vida?». Apenas formulada, la pregunta se vuelve débil.Muy pronto la habré olvidado a menos que no la haya respondido, como respondo a todo, buscando en mi memoria la solución del problema. Sin embargo, si permanezco atento a los ecos que despierta en mí, descubro allí una fuerza insospechada. En el momento en que ella se plantea, su evidencia borra todo lo que me cautivaba en el instante precedente. Heme aquí al acecho.¿Quién soy yo, frente a esta vida que me lleva y que llamo mía? ¿En qué medida ella me pertenece? ¿No estoy más bien entregado, atado de pies y manos, a exigencias que no he escogido? Una duda aparece. Por poco que la interrogación subsista, ella gana en profundidad, revelando otro enigma: si es verdad que la pregunta me compromete por entero ¿qué puedo hacer para dejar de olvidarla? Se trata de algo más que de una simple distracción. Más bien es una especie de amnesia que, lejos de ser accidental, forma parte de mi naturaleza.Desde entonces, incluso el lenguaje es puesto en duda, y con él este «yo» cuya actividad se disgrega en una polvareda de emociones, estados de ánimo, sensaciones, ideas cristalizadas por el hábito. En esta mezcla inestable y caprichosa, no hay nada que yo pueda agrupar en la unidad de una denominación.Yo no me conozco, no más de lo que conozco lo que me rodea, este mundo que percibo en el espejo fragmentado que me constituye. El mundo es mi horizonte familiar. Como un hombre sentado en un tren en sentido inverso a su dirección ve desfilar y desaparecer los paisajes que acaba de atravesar, yo asisto impotente al desenrollamiento de mi pasado. ¿Quién es ese viajero desconocido que habla, decide, actúa o más bien reacciona en mi nombre?«Conócete a ti mismo». La invocación socrática toma entonces todo su sentido: el de una búsqueda de la realidad más acá del telón cambiante de la subjetividad, Otra frase le responde como un eco: «Sólo sé que nada sé». La paradoja no es más que aparente, No se trata de un simple juego dialéctico, donde saber y no saber se opusieran abstractamente. ¿Cómo una consciencia condenada a la precariedad tendría acceso al conocimiento de otro modo que llegando a ser consciente de su propia precariedad?Esta paradoja no carece de peligro. Ella revela un malestar, un mal-vivir. Que ella se me aparezca bajo un aspecto cómico o patético, mi ignorancia me conduce siempre al mismo punto: al presentimiento oscuro de ser una caricatura viviente en busca de su modelo original. Debe haber otra manera de existir, un arte de vivir. Un verdadero destino, del que parece desprovista esta marioneta que se agita sin saber por qué.Tal es mi situación: estoy atrapado entre este llamado que me ordena conocerme - pues se trata de un «conócete» incondicional; no de un «sería conveniente que», «sería mejor que» te conocieras - y la certidumbre de no saber, la aspiración a un conocimiento que me liberaría del malestar. Todas las salidas parecen bloqueadas. Queda la tentación de escapar por la imaginación, por las ensoñaciones metafisicas, en el refugio confortable de los dogmas, o de uno de esos quietismos que garantizan la felicidad a buen precio, siempre para mañana. Mañana seré libre, pero será demasiado tarde.Sin ser todavía un buscador, he perdido un poco de mi ingenuidad. No me dejo mecer tan fácilmente por las ilusiones. Es entonces que, en el momento que menos la esperaba, la verdad se me aparece. Una vez más me he dejado engañar. El «nada sé» es sólo la máscara de una realidad insospechada: «nada soy» . La experiencia inicial del olvido de sí me trae de vuelta a mi propia inexistencia. Yo preguntaba: «¿quién habla?». La respuesta es: «Nadie».Por extraño que sea, esto debe tener una causa. Me es necesario conocer la razón de esta sinrazón que me habita. De ahí en adelante el buscador que se despierta en mí se siente investido de una responsabilidad. No depende sino de él franquear ese umbral, pasar esa puerta que cada experiencia aproxima para alejarla de nuevo. Ha llegado el momento de observar y de comprender, de adquirir un conocimiento directo y aplicable a la condición en la que me encuentro.La búsqueda no es una actividad separada, como una profesión. Es del oficio de vivir de que se trata. Esto no es un lujo, sino una necesidad que toma la forma de una indagación permanente en la que soy a la vez el sujeto y el objeto, el observador y el territorio a observar, teniendo por único instrumento una atención tan débil que falla todo el tiempo. Si ella adquiriera una fuerza suficiente, esta atención podría llegar a ser, aunque no fuere más que por un momento, tan penetrante como para aclarar el mecanismo que origina todos mis movimientos. Este mecanismo obedece a una ley de desarmonía fundamental. Entre los tres aspectos principales que me componen - el pensamiento, el cuerpo, la afectividad - reina una discordia que hace de mí un pelele dislocado. Mis resoluciones más firmes no pesan nada frente a un deseo imperioso. Este, a su turno, se desvanecerá ante un impulso incontrolable. Estos tres eventos, con los cuales me identifico por turno según las circunstancias, me encadenan a actitudes que no puedo modificar, porque ellas son el fruto de un desorden donde yo no soy el amo.Por lo tanto, todo me invita a creer que este caos encubre un orden virtual. Que la atención se afine, que la mirada se agudice y, en un relámpago, una armonía se establece. Los tres aspectos reconciliados no forman más que uno, dejando el lugar a quien es el único que tiene plena autoridad: el maestro interior. De nuevo, el buscador franquea un umbral. Es necesario ahora escuchar, llegar a ser el alumno de este silencio viviente. Descubrir paso a paso las condiciones en las que él aparece y la acción que ejerce en mí. Es tiempo de aclimatarse a su presencia.Desde ahora, una certidumbre se instala: es esta presencia que, desde el comienzo, no ha cesado de atraerme. El buscador era buscado, sin saberlo. Yo no estaba entonces solo. Mis primeros pasos hesitantes, mis dudas, mis retrocesos, testimoniaban ya, aunque fuera resistido, un llamado del que me falta encontrar el origen. ¿Porque de dónde vendría sino de otra naturaleza? ¿De dónde surge sino de una influencia diferente cuya fuente permanece oculta?Inquiriendo mi relación con esta influencia, descubro otro tipo de pertenencia, de filiación. Algo me es solicitado de la misma forma que la vida - ella también - me pide responder a su incesante provocación. Entre ambos llamados, un lugar me ha sido asignado. Y con él, una promesa de autonomìa, un anticipo de libertad. Esto está todavía mezclado, confuso. Para que se clarifique , es necesaria una transformación.Esta transformación no puede ser efectuada desde el exterior por ningún tipo de fuerza. Es del interior que surge el impulso capaz de conciliar los dos mundos. Es en el espacio interno que nace el sufrimiento de no poder llegar a ella.
Si yo no soy para mí ¿quién soy?Si sólo soy para mí ¿quién soy?Y si no es ahora ¿cuándo?Estas antiguas palabras indican el camino. Pero un camino no basta. Sin guía, un buscador bien pronto no es más que un extraviado. Le es necesario encontrar una vía más segura, una corriente en contacto directo con otra influencia. Sin abandonar su espíritu crítico, el buscador debe plegarse a una verdadera educación, y pasar una tercera puerta.La búsqueda ha perdido su carácter general. Se ha despojado de su abstracción, pero no de su misterio. “Buscar como buscan aquellos que deben encontrar”, decía San Agustín. Pero la tarea ¿no es interminable? Y es por eso, sin duda, que él agregaba: “Encontrar como aquellos que deben buscar todavía”.
Vida interior, vida exterior Muchos indicadores, que una observación imparcial puede transformar bien pronto en certeza, nos conducen a presentir que hay en nosotros dos naturalezas: una personal o individual, relativamente accesible a nuestros modos de percepción habituales; ella es a la vez orgánica y psíquica (o animal y anímica). La otra, menos fácil de percibir, es sentida como nuestra participación en alguna cosa mucho más vasta que el individuo, a la que llamamos espiritual, o universal. La atención que los hombres le dedican a esta última es muy variable según cada cual y según los momentos de la vida. Sin embargo, casi todos deben reconocer que, en ciertos momentos al menos, han sentido en ellos junto con sus tendencias egocéntricas y personales, esta necesidad de infinito o de «absoluto».A partir del momento en que un hombre se vuelve hacia sí mismo, se interrogue y se esfuerce en comprender de alguna manera lo que él es y lo que podría ser, le parece que podría ser de dos maneras diferentes, tener - por decir así - dos «actividades», dos maneras de vivir con diferente sentido. Una, enteramente vuelta hacia el exterior, centrada ante todo en la eficacia, la utilidad, el rendimiento del individuo en el cuadro de la sociedad a la que pertenece. Esta manera de vivir es la que ha desarrollado la civilización occidental en la que cada uno de sus miembros, para llegar a ello, ha seguido numerosos años de educación, de formación, de aprendizaje, de estudios, especialización, reciclaje, etc. La eficacia final en la vida exterior es el valor mayor según el cual se clasifica a los individuos.La otra manera de ser, la otra clase de actividad, concierne a la vida interior. Ella está centrada, ante todo, en la realización de las posibilidades contenidas en potencia en el individuo, el desarrollo de las facultades y las cualidades propias que caracterizan su naturaleza humana y la incorporación (o el «retorno») a niveles de vida o a «mundos» que la vida y la actividad exteriores no dejarían ni siquiera suponer. Esta manera de vivir, bien poco conocida por la civilización occidental, es la que más se ha desarrollado en ciertas civilizaciones orientales. Su realización, para aquellos que allí se internan, necesita todavía más tiempo y esfuerzos en la formación, búsqueda y estudios metódicos de los que demanda la vida exterior.Estas dos formas de vida pueden parecer al comienzo como contradictorias, y lo son en efecto, de cierta manera. Es evidente, sin embargo, que cada una corresponde a una de las naturalezas del hombre, y que un hombre completo debiera vivir a la vez la una y la otra. Ellas son inherentes a la naturaleza humana, la que comporta en ella misma una permanente contradicción.Aquellas grandes doctrinas, y las vías tradicionales que han llegado hasta nosotros, no han olvidado ni el uno ni el otro de estos dos aspectos del hombre. Ellas nos dicen, cada una a su manera, que estas dos naturalezas marcan la pertenencia del hombre a dos grandes corrientes de igual importancia que cruzan el universo existente, asegurando el equilibrio. Una es la corriente de la creación, la que nacida del nivel primordial se derrama en las diversas formas de la manifestación y, desde ese punto de vista, es una corriente involutiva. La otra es la corriente que puede llamarse de «espiritualización», porque a partir de las formas manifestadas, retorna al nivel primordial - retorna a Dios - y es así una corriente de evolución. Por su doble naturaleza, con los dos aspectos de su vida, el hombre pertenece a la una y a la otra. «Tiene los pies sobre la tierra y la cabeza en los cielos». El forma un puente, es un nivel de intercambio, es un«mediador» entre esas dos corrientes. Puede ser que esta «mediación» - necesaria para que el hombre no se extravíe en una o la otra corriente - marque su realización efectiva.Por lo que nos concierne en lo inmediato, desde el punto donde nosotros estamos colocados - únicamente, o casi, en la vida exterior -conocemos, o creemos conocer, una de las dos naturalezas, aquella en la que vivimos cotidianamente: nuestra naturaleza ordinaria. La vida la solicita sin cesar y sin cesar ella responde a la vida. La otra naturaleza está más y más olvidada detrás de ella, al comienzo en forma latente y disminuída, más tarde, sumergida, ahogada en el inconsciente, y finalmente, perdida. En tanto que ella no esté todavía demasiado sepultada, surge inopinadamente de tiempo en tiempo, en momentos de lucidez donde se impone a nosotros (generalmente en momentos difíciles) sin que sepamos de dónde nos viene. Al costado de lo que somos de ordinario, estos momentos tienen un sabor tal que no nos dejan en paz. Conservamos la sensación de nuestra insuficiencia y la más o menos mala conciencia de haber sentido que no somos lo que deberíamos ser. Pero no necesitamos de esos momentos para seguir viviendo y, si deseamos sentirnos de nuevo tranquilos, no tenemos más que olvidarlos. En la vida corriente, todo está dado. para ayudarnos a ese olvido. Por lo tanto, si un hombre quiere ser un día plenamente él mismo, el restablecimiento del equilibrio perdido entre sus dos naturalezas y sus dos formas de vida es el primer trabajo necesario.Es por esto que todo lo que expondremos a continuación se dirige solamente a aquellos que están atentos a esos momentos particulares y, deseando clarificar lo que ellos representan aceptan, por lo tanto, no seguir permaneciendo tranquilos. Una evolución interior y el trabajo que ella necesita no pueden ser llevados a cabo sino cuando están auténticamente motivados por la toma de consciencia de nuestras insuficiencias y de nuestras fallas, con el malestar que de allí se deriva. Esto es inherente al resurgimiento en sí de esta segunda naturaleza - dejada de lado u olvidada en el curso de nuestra formación - con las contradicciones interiores y los conflictos que este resurgimiento engendra. Nada es gratuito: la aceptación de este malestar inevitable es el primer tributo que el hombre debe pagar para ir a la búsqueda de sí mismo.Puede ser que en una tal búsqueda se corra el riesgo de oscilar entre la beatitud imbécil (como sería la ignorancia deliberada) y un cierto masoquismo (que sería enfatizar en forma excesiva este malestar, llamado por algunos angustia metafísica). La sola actitud justa - y por cierto difícil - es el reconocimiento exacto, con la esperanza de resolverlos, de nuestro malestar y de nuestro conflicto interior tal como ellos son.Una tal esperanza, una tal tentativa no son evidentemente concebibles sino cuando conocemos las circunstancias presentes, y es por eso que la pregunta de lo que somos en realidad, en una o la otra de nuestras naturalezas con todo lo que ello significa, aparece desde el comienzo como la más fundamental de todas. Para un hombre que quiere un día ser plenamente él mismo, la búsqueda de la verdad de lo que él es resulta la más imperiosa de todas las necesidades. Es ella la que lo conduce a este conocimiento de sí al cual se dedican todas las escuelas tradicionales.Este conocimiento no podría limitarse sólo a sí mismo. ¿Cómo el individuo podría comprenderse, si no está colocado en un contexto general? El hombre participa en el conjunto de la vida sobre la tierra. El es uno de sus elementos, posiblemente el principal, y el estudio de la significación de esa vida es inseparable del estudio sobre sí. Además, la vida sobre la tierra de la cual el hombre participa no es más que un nivel, un escalón que tiene su lugar y su papel en los intercambios de fuerzas al interior del sistema solar al que la tierra pertenece. Este sistema solar no es más que un elemento entre otros y, en definitiva, el estudio del hombre - estudio de sí - para ser completo se revela inseparable de una perspectiva cósmica general.El hombre es un ser tan complejo que puede ser considerado de maneras muy diferentes, que dan más o menos cuenta de su estructura y de las relaciones entre sus diversos componentes. La manera más completa y la más útil para la búsqueda que planteamos, es considerar que su cuerpo orgánico, el único que es inmediatamente accesible al examen, comporta el agrupamiento de diferentes funciones físicas y psicológicas, dirigidas por centros que dan a la energía vital fundamental la forma específica propia de cada una. Está hecho de un conjunto de cualidades individuales.. Unas son innatas: constituyen el aspecto fundamental, inicial de cada hombre y por ello pueden ser llamadas su esencia. Las otras son un conjunto de capacidades adquiridas, impuestas por el medio ambiente en el curso del desarrollo. A causa de su carácter superpuesto (que se compara con la máscara de un comediante llamada en la antigüedad “persona”) se la denomina personalidad.En efecto, esta. personalidad y la forma según la cual se agrupan sus diversos factores, se estructura en cada hombre en torno a uno, dos o tres trazos fundamentales propios de su esencia, y dan a todo lo que queda fijado en ella un aspecto particular. Pero, además, en cada hombre la personalidad se constituye de manera diferente, más o menos estereotipada, según cada una de las situaciones-tipo del medio ambiente a las cuales un hombre determinado tiene que enfrentar habitualmente. Así, un mismo hombre adquiere en el curso de su vida múltiples aspectos diferentes, múltiples personajes (o sub-personalidades), múltiples «yo», independientes los unos de los otros, cada uno autodenominándose «yo» cuando aparece hablando en representación de todos los otros «yo».Al costado de esta vida orgánica, el hombre participa en otros niveles de vida menos inmediatamente accesibles: una vida psíquica o, más bien, anímica - en algunos, además, una vida espiritual - las que tienen sus facultades y sus funciones. El hombre pasa así por estados diversos: dormir, soñar, estado de vigilia y a veces «momentos de apertura» más amplios hacia la vida. Son momentos de despertar a la belleza, a la armonía, a la necesidad de infinito, y estos son los momentos - sin que él lo sepa - en que despierta a su ser interior. El ve esos estados diferentes sucederse en él según un modo más o menos caprichoso y, a menudo, se le escapan. En todo este conjunto, se elaboran estructuras: tenemos sobre nosotros y sobre el mundo en que vivimos, ideas e imaginaciones que son nuestras. Tenemos una sensibilidad, deseos, una emotividad que colorea nuestra vida de un estilo que le es propio. Tenemos comportamientos particulares en la vida exterior tanto como en nuestra vida interior. Pero la característica más fundamental, y a la vez menos aparente - ¿acaso no necesitamos buscarla para descubrirla? - es la fantástica mecanicidad de todo este conjunto. Por una suma de hábitos, de reacciones automáticas y de condicionamientos establecidos por repetición a lo largo de la vida, todo este ensamblaje que somos se mantiene por sí mismo y bien pronto se encierra en limitaciones de las que ya no se sale más.Aparece, no obstante, en ciertos momentos como una intuición de que algo en nosotros es posible: una libertad interior, una armoniosa unidad y la participación en la vida de «un mundo mejor». Influencias que nos parecen a, veces «venir de lejos» nos tocan hasta en nuestra vida ordinaria y reavivan esta intuición; como ocurre con ciertos mitos, ciertas formas de arte, las tradiciones y las religiones. En efecto, estas influencias nos aportan un momento de apertura interior, una oportunidad de despertar y, si estamos atentos, podemos reconocer que algo en nosotros responde a ello: es un sentimiento religioso o un sentimiento «espiritual» interior que sentimos que nos eleva. Así pueden desarrollarse en algunos de nosotros una sensibilidad y una atracción casi magnética por todo lo que puede orientarnos en ese sentido. Más y más claramente, la pregunta se nos plantea: ¿no será posible dar a nuestra vida una calidad diferente a la ordinaria?, ¿Esta calidad que se vislumbra en esos momentos de «despertar»?Escrituras y libros nos lo dicen. Ellos hablan de una vida interior posible al hombre, y de una transformación que tiene por meta una «realización» cuyo nombre varía según las vías que se sigan. Ellos hablan de cuerpos superiores que tienen su vida, sus facultades propias y su devenir. Hablan del yo real y de su evolución, de su superación. Todo estaría en esos libros, si fuéramos capaces de entenderlos.Pero toda esa sabiduría acumulada, esas experiencias y las conclusiones derivadas de ellas, son las de otras personas; eso hace que permanezcan para nosotros como teoría. Puede ser que nosotros lo creamos en la medida en que esto no contradiga nuestra experiencia ni las ideas ya recibidas. En realidad, las conclusiones de otros no pueden verdaderamente convencernos en tanto que no lo hayamos probado por nosotros mismos. Los libros pueden ayudarnos a dirigir nuestra experiencia: pero nunca estaremos seguros sino de lo que hayamos verificado y vivido. A la pregunta de una evolución posible, una respuesta en la que tengamos fe sólo puede venirnos de una experiencia vivida personalmente. Sin duda, al comienzo, no tenemos gran cosa que nos impulse a una tentativa en ese sentido, la vida exterior nos absorbe enteramente y todo lo que demande esta experiencia debe ser intentado dentro de ella. Por lo tanto, si queremos saber, el solo medio es de intentarlo con lo que tenemos. ¿Desde dónde partimos?Simplemente de una interrogación fundamental sobre nosotros mismos, de la necesidad de una respuesta, de la intuición de que esta respuesta existe y de la evidencia - si queremos ir en ese sentido - de que estaremos obligados a extraer de nuestra vida de todos los días las fuerzas y el tiempo necesarios para una tal búsqueda. Tarea inmensa de la que ignoramos todo, y delante de la cual vemos bien que, si partimos solos a la aventura, tenemos todas las posibilidades de perdernos, de cansarnos, o de fracasar. Pero, tal vez, en este esfuerzo de conocimiento y de lucidez en que nos empeñamos, podamos, como en todas las grandes empresas humanas, encontrar otros hombres prestos a la misma búsqueda, y al volvernos - solos o con ellos - hacia otro nivel de vida, es posible que podamos esperar que, por tener también necesidad de nosotros, las fuerzas que actúan sobre ese otro nivel nos envíen entonces la ayuda necesaria.Tales serían las razones de ser de las escuelas y de las distintas vías. Se puede distinguir entre las escuelas varias clases diferentes, según se dediquen a una vía de imitación. una vía de revelación o una vía de comprensión. Cada una de ellas se apoya, preferencial o exclusivamente, sobre ciertas posibilidades del hombre, Existen así tres clases principales: las escuelas de maestría física (la vía del fakir), las de maestría emocional (la vía del monje), y las de maestría intelectual (la vía del yogui). Todas estas vías demandan de partida que el hombre se retire de la vida cotidiana y se consagre a lo que ha escogido. Pero en el estado actual del mundo ¿es posible excluirse así de la vida habitual? La época actual ¿permite que un hombre se limite a ejercitar un aspecto de sí mismo y renuncie a la posibilidad de un desarrollo armonioso y completo que incluye al hombre entero?0 bien, ¿no sería realmente posible en la vida misma un trabajo verdadero sobre sí y un desarrollo global del hombre? Las tradiciones nos dicen que en todos los tiempos, con esfuerzos y sacrificios mayores que en las otras vías, ello se ha podido lograr: «Estar en el mundo sin ser del mundo». En la época en la cual vivimos ¿no ha llegado a ser esto una imperiosa necesidad? Tal es la pregunta que queda abierta y para la cual ninguna respuesta teórica podría ser satisfactoria.

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